No me gusta el cariz que está tomando la sanidad pública en los últimos años. Basta con ver el lenguaje que utilizan los políticos. Antes a los enfermos les llamaban pacientes, luego usuarios y ahora frecuentadores. Lo próximo será llamarles parásitos. Es una filosofía del lenguaje que desvirtúa totalmente lo que es la esencia del sistema, el concepto de servicio público. Con el término frecuentador ya va implícito que el ciudadano es un abusador, que se aprovecha del sistema.
A veces tengo la sensación de que España sufre una especie de síndrome de nuevo rico, en el que el bienestar material nos ha hecho olvidar la esencia y la importancia de lo que tenemos. Hay tres cosas que son pilares fundamentales e irrenunciables de nuestra sociedad: la sanidad, la educación y el sistema de pensiones. La garantía de que, nazcas en la Moraleja o en el barrio más deprimido de la ciudad más pobre, te van a educar de niño, te van a cuidar cuando estés enfermo y vas a tener un mínimo de ingresos cuando seas mayor. Tú harás lo que quieras con tu vida. Querrás ser rico o hacer lo que te gusta y no tener un duro. Tendrás más o menos suerte. Heredarás un palacio o una caja de zapatos. Pero, pase lo que pase, que nunca sabes lo que puede ser, hay un mínimo que tú y los que te rodean tienen garantizado.
El otro modelo es Estados Unidos, donde tú, madre de familia de una familia trabajadora, te levantas una mañana y te encuentras un bulto en el pecho. Vas al médico y te dice que sí, que tienes un nódulo. La consulta vale 125 dólares. Te explica que seguramente es un quiste sin importancia, pero que para estar tranquilos lo mejor es hacerte una mamografía, que vale 500 o 600 dólares. Si éste tiene signos de calcificación, que son el 80 por ciento, hay que tomarte una muestra de los tejidos para mandarla a Anatomía Patológica, 1.500 dólares. Si es un infiltrante, hay que ampliar la cirugía para limpiar la axila, 10.000 más. Lo mejor es hacer unas sesiones de quimioterapia para quedarnos más tranquilos, por si algún ganglio también está afectado; 50.000 dólares más. Te ha quedado una cicatriz horrorosa, pero ni te planteas la mínima reconstrucción porque te saldría por otros 60.000 dólares.
El médico saca la calculadora y empieza a sumar: 100.000 dólares. Te pregunta: ¿Usted cuánto puede pagar? ¿Tiene seguro médico? Contestas que claro que tienes uno. Vas a la mutua a ver qué te cubre. Tenías un seguro muy bueno que pagaba la empresa, pero hace ocho años que los jefes dijeron que con la última crisis ya no podía seguir haciendo frente a ese coste. Pero que no te preocuparas que te iban a subir el sueldo para que te pagaras uno. En la empresa de tu marido pasó lo mismo. Un seguro igual que el que pagaba la empresa para los dos y los tres niños salía por 1.800 dólares al mes. Lo contratasteis, pero cinco años después ya valía 2.400 dólares. Además el mayor empezó la universidad, había que pagar la matrícula, que vale 18.000 dólares, y os quedasteis con otro seguro un poco peor, pero que costaba la mitad.
En la mutua resulta que no habías avisado de que tenías antecedentes familiares, o de que sufres una especie extraña de tumor, y sólo te cubre hasta la mamografía. Faltan por pagar 98.000 dólares. ¿Qué hacemos?, le preguntas a tu marido. Echáis mano de los ahorros, pero no llega. Al niño no lo podemos sacar de la facultad, y la mediana empieza el año que viene. Bueno, no pasa nada, hipotecamos la casa y en un par o tres de años nos recuperamos. Además a tu marido le ascienden y tú puedes trabajar los fines de semana.
Habéis decidido que esto no os puede volver a pasar y queréis contratar un seguro bueno de verdad. ¿Un seguro para toda la familia? Muy bien, te dice la comercial de la aseguradora. Te empieza a preguntar cosas. ¿Alguno de vosotros ha tenido cáncer en los últimos cinco años? ¡Huy!, te dice al ver tu cara. Lo siento, no te podemos ayudar. Vas a todas las compañías y con tus antecedentes ninguna os asegura a todos por menos de 7.000 dólares al mes. No puede ser, te dices. La única solución es que a ellos, que sí les aceptan, tengan el seguro bueno y yo me quedo con el que tenía.
Te pasas un año con ansiedad, pero al final parece que todo empieza a ir mejor y ya pensáis en liquidar parte de la hipoteca. Incluso en ahorrar para hacer la cirugía reparadora del pecho. Pero una mañana, dos años después y al salir de la ducha, al lado de la cicatriz que aún no soportas mirar, notas un bulto en el otro pecho. Vuelta a empezar, pero todo mucho más caro, porque ahora hay que hacer muchas más sesiones de quimio. Ya no puedes pagar la universidad de los niños y no se puede rehipotecar la casa. Hay que venderla, comprar otra mucho más barata y con lo que te sobra pagar el tratamiento. Vuelves a tener ansiedad. Te mata la culpabilidad por no poder pagar una buena educación a los niños. Y a tu marido no le gusta el nuevo barrio. De hecho, a ti tampoco. Empiezan las peleas, los reproches. Caes en una depresión...
Sólo en el hospital de Leganés cada año atendemos entre 50 y 100 mujeres como ésta. Entre 50 y 100 familias que en Estados Unidos van a la ruina o viven esta pesadilla. Aquí, con todos los problemas que tienen nuestros hospitales, esta misma familia sólo tiene que preocuparse de dar todo el cariño y el apoyo a la mujer. Y ella en cuidarse y restablecerse lo antes posible.
Yo no puedo pensar en otra cosa que no sea la equidad y la universalidad de la sanidad pública. Los que creemos en ella la queremos porque nos parece lo más justo. Es la gran contribución que Europa ha hecho y para comprobarlo sólo hay que mirar las vueltas que están dando en Estados Unidos desde hace años para conseguir un seguro de salud universal.
En España, como en tantas otras cosas, desarrollamos tarde un sistema público solvente y eficaz. Y ahora que lo tenemos me parece una gravísima irresponsabilidad ponerlo en peligro. Porque eso es lo que se está haciendo con muchas de las medidas adoptadas en los últimos años.
Para fortalecer la sanidad pública sólo hay que hacer dos cosas: gestionar bien y planificar mejor. Gestionar y planificar. Sólo hay que hacer estas dos cosas, pero hay que seguirlas a rajatabla y al que se mueva un milímetro de la línea le destituimos o le metemos en la cárcel. Hay que gestionar y planificar bien para garantizar la sostenibilidad del sistema, porque nos la estamos jugando, estamos a punto de entrar en un proceso que va a ser irreversible y luego miraremos atrás y soñaremos con volver a donde estamos ahora.
En la Comunidad de Madrid, que es la que más conozco, se está planificando y gestionando fatal. En la gestión, en lugar de buscar y desarrollar nuevas y mejores herramientas, se está tirando hacia una privatización que es una estocada contra la sanidad pública.
Es verdad que la sanidad pública tiende a ser lenta y que en ocasiones crea bolsas de ineficacia, pero es responsabilidad de los políticos desarrollar e invertir en soluciones. En cambio, el Gobierno de Esperanza Aguirre se está aprovechando de ello para justificar la privatización.
El sector privado, dice Esperanza Aguirre, es más eficaz que el público. Si ella lo cree, y seguro que es verdad en algunos aspectos, la solución no es privatizar, sino aprenderlo y adaptarlo. Las herramientas de gestión pueden ser utilizadas por todos, no son un patrimonio del sector privado. Es su obligación, como presidenta que ha sido elegida para gestionar un bien común, ver el margen de mejora que hay en cada nivel de su administración y aplicar en todos ellos las herramientas de gestión adecuadas.
En lugar de eso Aguirre dice que, si le da a una empresa el mismo dinero o menos que le cuesta un hospital público, ésta le prestará una atención médica de la misma calidad. Y que si luego la empresa saca un 15 o un 20 por ciento de beneficio, es un premio a su buena gestión. Y en lugar de dimitir Aguirre se queda tan ancha. Porque, si esto es verdad y ella gestiona tan mal y no hace nada para remediarlo, lo primero que tendría que hacer es dimitir.
El gran riesgo de este cuento de la lechera es que debilitamos el sistema en su conjunto. Sacamos grandes cantidades de recursos de lo público para desarrollar una industria sanitaria privada que se nos acabará comiendo. Lo que Aguirre dice que es la solución para garantizar la sostenibilidad del sistema acabará siendo su verdugo.
Gestionar 30 hospitales públicos, cada uno con sus problemas, es muy complejo. Hacer frente a esos mismos 30 hospitales, cada uno gestionado por una empresa con contratos de 20, 30 o 40 años de vigencia es totalmente imposible. En este modelo de privatización hacia el que va el PP te tienen cogido, has renunciado al poder que te da la política para intervenir el sistema y quedas en sus manos.
Es un tema complejo, pero intentaré resumir algunos escenarios que pueden derivar de este modelo en los siguientes ejemplos.
Primera opción: los gastos han subido y un gerente te dice que no le pagas lo suficiente y que no saca su 15 o 20 por ciento. Tú le dices que el contrato ya está firmado y que es lo que hay. El hospital se declara en quiebra y tú, Gobierno, en medio de un monumental escándalo porque 300.000 personas están a punto de quedarse sin hospital, tienes que intervenir y aportar una millonada para ponerlo todo en orden. Cuando hay pérdidas, para el Gobierno, o sea, los ciudadanos.
Segunda opción: los gastos bajan. Si propones que le vas a pagar menos. El gerente te dice que ni hablar. Tiene mil formas de convencerte. Una es el contrato firmado y los buenísimos abogados que tiene. Otra es decirte que estás equivocado, que en realidad los gastos no han bajado: te presenta unos balances de gastos y gestión cuyos datos reales sólo ellos conocen; tienes mil problemas en esta legislatura, no quieres uno más y lo aceptas. La tercera forma de convencerte es contratando a una empresa de relaciones públicas que diga a todos tus votantes que estás recortando el dinero de su salud. La cuarta, que mires la primera opción. Segunda trampa: cuando hay beneficios, para le empresa. Cuando hay muchos beneficios, también.
Tercera opción: los gastos se mantienen y todo funciona con aparente normalidad. Han pasado 10 años y eres el nuevo consejero de Sanidad. Has visto que la población y la medicina han cambiado. En otros países se han desarrollado nuevas fórmulas que mejoran la calidad de la asistencia y ahorran costes. Crees que hay mil formas de mejorar la asistencia que reciben los ciudadanos,. Buscas un funcionario experto para desarrollar un plan para poner en marcha todo esto y beneficiar a la población. No lo encuentras: hace tiempo que el último se fue al potente sector privado que cada año crece en ingresos. Allí tiene muchas más oportunidades que en un sector público que, con todos los hospitales privatizados, se ha quedado reducido a poco más que un grupo de contables que pagan las facturas. No te desanimas y contratas una empresa externa que desarrolle el plan. Te gusta cómo ha quedado y te reúnes con los 30 gerentes de los hospitales privados para exponérselo. Te escuchan con mucha atención. Te dicen que la idea es buena, pero que es muy complicado. También es caro. Y va a ser muy lento. Tú sabes que no, que es sencillo, barato y rápido de aplicar. Lo intentas demostrar. Ellos no se dejan convencer. Estás solo frente a 30 gerentes de potentes empresas. Si te pones muy agresivo, te dicen que mires las dos primeras opciones. Eres tú quien pagas, pero nada más. Te has convertido en rehén de un monstruo que tú mismo has creado. Empiezas a pensar que quizá no fue tan buena idea privatizar los hospitales. Tercera trampa: en el mejor de los casos las empresas tienen beneficios asegurados a costa de un sistema sanitario que se queda anticuado y sobre el que el Gobierno ha perdido todo margen de maniobra.
Cuarta opción: los gastos se mantienen, pero han pasado 10 años y las cosas van mal. Los pacientes se quejan y denuncian en los medios de comunicación que cada vez reciben una peor asistencia. Los hospitales sufren un evidente deterioro. Se caen hasta las baldosas de las paredes. Eres el nuevo consejero de Sanidad y decides intervenir. Te reúnes con los 30 gerentes, les echas la bronca y exiges mejoras inmediatas. Te pasa lo que al consejero de la tercera opción y te dicen que con el dinero que les pagas es lo que hay. Te das cuenta de que ha sido mala idea privatizar los hospitales. Cuarta trampa: las empresas tienen beneficios asegurados a costa de un sistema que se deteriora a pasos agigantados. El Gobierno no tiene fórmula de revertir el proceso.
Quinta opción: los gastos aumentan. Han pasado 15 años y eres el nuevo consejero de Sanidad. Los gerentes te piden más dinero. Conoces todo lo que ha pasado en las cuatro primeras opciones. Sospechas que te están exigiendo dinero de más. Que los gastos pueden haber subido un 10 por ciento, pero ellos te piden el 20, el 25 o el 30 por ciento. Da igual. No puedes hacer nada. Las empresas tienen todos los datos y los medios. Se han hecho dueñas del sector. Tu única medida de fuerza es dejar de pagar, pero entonces se te echaría la población encima. Piensas que ojalá pudieras retroceder 20 años y contar con una red de hospitales públicos. Quinta trampa: en el peor de los casos las empresas pueden exprimir libremente al Gobierno hasta llevar al sistema al colapso. Se ha desencadenado una espiral alcista casi imposible de frenar.
Estos escenarios están esquematizados, pero no son de ciencia ficción. La primera opción ha pasado en España, en el Hospital de Alzira, que tenía que ser un modelo y que tardó poco en tener que ser salvado por la Comunidad Valenciana. Y la solución que aplicaron no fue privatizar menos, sino más. Darles la atención primaria y extender el sistema a otras áreas sanitarias. La cuarta es la que pasó en el Reino Unido, donde Margaret Thacher hundió un sistema, el NHS, al que todos admirábamos hace 30 años. Llevan 15 años intentándolo arreglar y aún no han encontrado la fórmula.
Se están creando mil fórmulas de gestión -hospital privado con médicos públicos, hospital privado sin atención primaria, hospital privado con atención primaria...- que lo que hacen es complicar el sistema hasta el infinito y hacerlo inmanejable. Esto debilita el sistema. Si todo el tiempo, expertos y dinero que se gasta en pensar y ponerlos en marcha se hubiera dedicado en diseñar e implantar mejoras de gestión en los hospitales públicos, habríamos avanzado en fortalecer el sistema en lugar de debilitarlo.
La planificación del Gobierno de Aguirre es aún peor. Se ha volcado en una especie de populismo para construir siete nuevos hospitales en la última legislatura y otros cuatro en esta. Éste es un tema delicado que requiere mucha responsabilidad. Porque es muy legítimo que cada ciudad quiera tener un hospital, pero hay que ser conscientes de que estamos en un sistema de recursos limitados y hay que ver dónde se puede y dónde no se puede, y buscar los lugares equidistantes para que todo el mundo tenga un hospital de las dimensiones adecuadas cerca, pero que no se ponga en peligro el conjunto.
La mezcla es muy explosiva. Proyectar 11 hospitales y privatizarlos es desencadenar una espiral alcista en el gasto que luego es muy difícil de detener, porque cuando los hospitales ya son privados has perdido casi todas las herramientas de gestión que tenías a tu alcance para controlarlo.
La responsabilidad de los políticos es gestionar bien los presupuestos con los que cuentan, que son limitados pero dan para mucho, y ofrecer la máxima calidad en la asistencia, que es elevada y aún tiene margen de mejora. Pero con esta política populista, en la que a cada alcalde y cada ciudad se les promete un hospital, se pueden ganar elecciones pero estás destruyendo el sistema sanitario.
Lo que ha hecho el PP en Madrid es pernicioso. Se han pasado años sin gestionar ni planificar bien. Su mala gestión hizo que surgieran problemas y la solución que proponen para resolverlos, según ellos, es construir muchos hospitales y privatizarlos porque así se gestionan mejor. Para convencer a la población utilizan dos o tres argumentos que en apariencia son aceptables. Dicen, por ejemplo, que el hospital sigue siendo público, porque aunque la gestión sea privada la gente podrá seguir recibiendo asistencia gratuita. Dicen también que es mejor que sean privados porque levantar siete hospitales nuevo sale muy caro y, en cambio, colaborar con las empresas permite construirlos e ir pagándolos en 30 o 40 años. Por último aseguran que a largo plazo esto sale más barato por la mejor gestión privada.
El resultado ya lo hemos visto antes. No es cierto que salga más barato, porque lo que haces es comprometer gastos para un montón de años, una especie de deuda oculta que te ata las manos para el futuro y te quita todo margen de maniobra en la gestión de la sanidad pública. El resultado es una espiral alcista que será casi imposible de detener y en la que participan todos. Los partidos políticos empiezan a competir en ver quién promete más hospitales. Los propios ciudadanos y ayuntamientos exigen un hospital en cada municipio. Y las empresas, que se frotan las manos, saben que a medio y largo plazo tienen asegurados unos beneficios que sólo pueden crecer.
El Caso Leganés. Luis Montes con la colaboración de Oriol Güel, cap. XV, pp. 145 a 152. Ed.: Aguilar, Santillana de Ediciones S.L. Madrid. Primera edición, octubre de 2008.
Con todo mi apoyo al D. Luis Montes, y el permiso de Piezas.
¡Mucha salud paratod@s!
A veces tengo la sensación de que España sufre una especie de síndrome de nuevo rico, en el que el bienestar material nos ha hecho olvidar la esencia y la importancia de lo que tenemos. Hay tres cosas que son pilares fundamentales e irrenunciables de nuestra sociedad: la sanidad, la educación y el sistema de pensiones. La garantía de que, nazcas en la Moraleja o en el barrio más deprimido de la ciudad más pobre, te van a educar de niño, te van a cuidar cuando estés enfermo y vas a tener un mínimo de ingresos cuando seas mayor. Tú harás lo que quieras con tu vida. Querrás ser rico o hacer lo que te gusta y no tener un duro. Tendrás más o menos suerte. Heredarás un palacio o una caja de zapatos. Pero, pase lo que pase, que nunca sabes lo que puede ser, hay un mínimo que tú y los que te rodean tienen garantizado.
El otro modelo es Estados Unidos, donde tú, madre de familia de una familia trabajadora, te levantas una mañana y te encuentras un bulto en el pecho. Vas al médico y te dice que sí, que tienes un nódulo. La consulta vale 125 dólares. Te explica que seguramente es un quiste sin importancia, pero que para estar tranquilos lo mejor es hacerte una mamografía, que vale 500 o 600 dólares. Si éste tiene signos de calcificación, que son el 80 por ciento, hay que tomarte una muestra de los tejidos para mandarla a Anatomía Patológica, 1.500 dólares. Si es un infiltrante, hay que ampliar la cirugía para limpiar la axila, 10.000 más. Lo mejor es hacer unas sesiones de quimioterapia para quedarnos más tranquilos, por si algún ganglio también está afectado; 50.000 dólares más. Te ha quedado una cicatriz horrorosa, pero ni te planteas la mínima reconstrucción porque te saldría por otros 60.000 dólares.
El médico saca la calculadora y empieza a sumar: 100.000 dólares. Te pregunta: ¿Usted cuánto puede pagar? ¿Tiene seguro médico? Contestas que claro que tienes uno. Vas a la mutua a ver qué te cubre. Tenías un seguro muy bueno que pagaba la empresa, pero hace ocho años que los jefes dijeron que con la última crisis ya no podía seguir haciendo frente a ese coste. Pero que no te preocuparas que te iban a subir el sueldo para que te pagaras uno. En la empresa de tu marido pasó lo mismo. Un seguro igual que el que pagaba la empresa para los dos y los tres niños salía por 1.800 dólares al mes. Lo contratasteis, pero cinco años después ya valía 2.400 dólares. Además el mayor empezó la universidad, había que pagar la matrícula, que vale 18.000 dólares, y os quedasteis con otro seguro un poco peor, pero que costaba la mitad.
En la mutua resulta que no habías avisado de que tenías antecedentes familiares, o de que sufres una especie extraña de tumor, y sólo te cubre hasta la mamografía. Faltan por pagar 98.000 dólares. ¿Qué hacemos?, le preguntas a tu marido. Echáis mano de los ahorros, pero no llega. Al niño no lo podemos sacar de la facultad, y la mediana empieza el año que viene. Bueno, no pasa nada, hipotecamos la casa y en un par o tres de años nos recuperamos. Además a tu marido le ascienden y tú puedes trabajar los fines de semana.
Habéis decidido que esto no os puede volver a pasar y queréis contratar un seguro bueno de verdad. ¿Un seguro para toda la familia? Muy bien, te dice la comercial de la aseguradora. Te empieza a preguntar cosas. ¿Alguno de vosotros ha tenido cáncer en los últimos cinco años? ¡Huy!, te dice al ver tu cara. Lo siento, no te podemos ayudar. Vas a todas las compañías y con tus antecedentes ninguna os asegura a todos por menos de 7.000 dólares al mes. No puede ser, te dices. La única solución es que a ellos, que sí les aceptan, tengan el seguro bueno y yo me quedo con el que tenía.
Te pasas un año con ansiedad, pero al final parece que todo empieza a ir mejor y ya pensáis en liquidar parte de la hipoteca. Incluso en ahorrar para hacer la cirugía reparadora del pecho. Pero una mañana, dos años después y al salir de la ducha, al lado de la cicatriz que aún no soportas mirar, notas un bulto en el otro pecho. Vuelta a empezar, pero todo mucho más caro, porque ahora hay que hacer muchas más sesiones de quimio. Ya no puedes pagar la universidad de los niños y no se puede rehipotecar la casa. Hay que venderla, comprar otra mucho más barata y con lo que te sobra pagar el tratamiento. Vuelves a tener ansiedad. Te mata la culpabilidad por no poder pagar una buena educación a los niños. Y a tu marido no le gusta el nuevo barrio. De hecho, a ti tampoco. Empiezan las peleas, los reproches. Caes en una depresión...
Sólo en el hospital de Leganés cada año atendemos entre 50 y 100 mujeres como ésta. Entre 50 y 100 familias que en Estados Unidos van a la ruina o viven esta pesadilla. Aquí, con todos los problemas que tienen nuestros hospitales, esta misma familia sólo tiene que preocuparse de dar todo el cariño y el apoyo a la mujer. Y ella en cuidarse y restablecerse lo antes posible.
Yo no puedo pensar en otra cosa que no sea la equidad y la universalidad de la sanidad pública. Los que creemos en ella la queremos porque nos parece lo más justo. Es la gran contribución que Europa ha hecho y para comprobarlo sólo hay que mirar las vueltas que están dando en Estados Unidos desde hace años para conseguir un seguro de salud universal.
En España, como en tantas otras cosas, desarrollamos tarde un sistema público solvente y eficaz. Y ahora que lo tenemos me parece una gravísima irresponsabilidad ponerlo en peligro. Porque eso es lo que se está haciendo con muchas de las medidas adoptadas en los últimos años.
Para fortalecer la sanidad pública sólo hay que hacer dos cosas: gestionar bien y planificar mejor. Gestionar y planificar. Sólo hay que hacer estas dos cosas, pero hay que seguirlas a rajatabla y al que se mueva un milímetro de la línea le destituimos o le metemos en la cárcel. Hay que gestionar y planificar bien para garantizar la sostenibilidad del sistema, porque nos la estamos jugando, estamos a punto de entrar en un proceso que va a ser irreversible y luego miraremos atrás y soñaremos con volver a donde estamos ahora.
En la Comunidad de Madrid, que es la que más conozco, se está planificando y gestionando fatal. En la gestión, en lugar de buscar y desarrollar nuevas y mejores herramientas, se está tirando hacia una privatización que es una estocada contra la sanidad pública.
Es verdad que la sanidad pública tiende a ser lenta y que en ocasiones crea bolsas de ineficacia, pero es responsabilidad de los políticos desarrollar e invertir en soluciones. En cambio, el Gobierno de Esperanza Aguirre se está aprovechando de ello para justificar la privatización.
El sector privado, dice Esperanza Aguirre, es más eficaz que el público. Si ella lo cree, y seguro que es verdad en algunos aspectos, la solución no es privatizar, sino aprenderlo y adaptarlo. Las herramientas de gestión pueden ser utilizadas por todos, no son un patrimonio del sector privado. Es su obligación, como presidenta que ha sido elegida para gestionar un bien común, ver el margen de mejora que hay en cada nivel de su administración y aplicar en todos ellos las herramientas de gestión adecuadas.
En lugar de eso Aguirre dice que, si le da a una empresa el mismo dinero o menos que le cuesta un hospital público, ésta le prestará una atención médica de la misma calidad. Y que si luego la empresa saca un 15 o un 20 por ciento de beneficio, es un premio a su buena gestión. Y en lugar de dimitir Aguirre se queda tan ancha. Porque, si esto es verdad y ella gestiona tan mal y no hace nada para remediarlo, lo primero que tendría que hacer es dimitir.
El gran riesgo de este cuento de la lechera es que debilitamos el sistema en su conjunto. Sacamos grandes cantidades de recursos de lo público para desarrollar una industria sanitaria privada que se nos acabará comiendo. Lo que Aguirre dice que es la solución para garantizar la sostenibilidad del sistema acabará siendo su verdugo.
Gestionar 30 hospitales públicos, cada uno con sus problemas, es muy complejo. Hacer frente a esos mismos 30 hospitales, cada uno gestionado por una empresa con contratos de 20, 30 o 40 años de vigencia es totalmente imposible. En este modelo de privatización hacia el que va el PP te tienen cogido, has renunciado al poder que te da la política para intervenir el sistema y quedas en sus manos.
Es un tema complejo, pero intentaré resumir algunos escenarios que pueden derivar de este modelo en los siguientes ejemplos.
Primera opción: los gastos han subido y un gerente te dice que no le pagas lo suficiente y que no saca su 15 o 20 por ciento. Tú le dices que el contrato ya está firmado y que es lo que hay. El hospital se declara en quiebra y tú, Gobierno, en medio de un monumental escándalo porque 300.000 personas están a punto de quedarse sin hospital, tienes que intervenir y aportar una millonada para ponerlo todo en orden. Cuando hay pérdidas, para el Gobierno, o sea, los ciudadanos.
Segunda opción: los gastos bajan. Si propones que le vas a pagar menos. El gerente te dice que ni hablar. Tiene mil formas de convencerte. Una es el contrato firmado y los buenísimos abogados que tiene. Otra es decirte que estás equivocado, que en realidad los gastos no han bajado: te presenta unos balances de gastos y gestión cuyos datos reales sólo ellos conocen; tienes mil problemas en esta legislatura, no quieres uno más y lo aceptas. La tercera forma de convencerte es contratando a una empresa de relaciones públicas que diga a todos tus votantes que estás recortando el dinero de su salud. La cuarta, que mires la primera opción. Segunda trampa: cuando hay beneficios, para le empresa. Cuando hay muchos beneficios, también.
Tercera opción: los gastos se mantienen y todo funciona con aparente normalidad. Han pasado 10 años y eres el nuevo consejero de Sanidad. Has visto que la población y la medicina han cambiado. En otros países se han desarrollado nuevas fórmulas que mejoran la calidad de la asistencia y ahorran costes. Crees que hay mil formas de mejorar la asistencia que reciben los ciudadanos,. Buscas un funcionario experto para desarrollar un plan para poner en marcha todo esto y beneficiar a la población. No lo encuentras: hace tiempo que el último se fue al potente sector privado que cada año crece en ingresos. Allí tiene muchas más oportunidades que en un sector público que, con todos los hospitales privatizados, se ha quedado reducido a poco más que un grupo de contables que pagan las facturas. No te desanimas y contratas una empresa externa que desarrolle el plan. Te gusta cómo ha quedado y te reúnes con los 30 gerentes de los hospitales privados para exponérselo. Te escuchan con mucha atención. Te dicen que la idea es buena, pero que es muy complicado. También es caro. Y va a ser muy lento. Tú sabes que no, que es sencillo, barato y rápido de aplicar. Lo intentas demostrar. Ellos no se dejan convencer. Estás solo frente a 30 gerentes de potentes empresas. Si te pones muy agresivo, te dicen que mires las dos primeras opciones. Eres tú quien pagas, pero nada más. Te has convertido en rehén de un monstruo que tú mismo has creado. Empiezas a pensar que quizá no fue tan buena idea privatizar los hospitales. Tercera trampa: en el mejor de los casos las empresas tienen beneficios asegurados a costa de un sistema sanitario que se queda anticuado y sobre el que el Gobierno ha perdido todo margen de maniobra.
Cuarta opción: los gastos se mantienen, pero han pasado 10 años y las cosas van mal. Los pacientes se quejan y denuncian en los medios de comunicación que cada vez reciben una peor asistencia. Los hospitales sufren un evidente deterioro. Se caen hasta las baldosas de las paredes. Eres el nuevo consejero de Sanidad y decides intervenir. Te reúnes con los 30 gerentes, les echas la bronca y exiges mejoras inmediatas. Te pasa lo que al consejero de la tercera opción y te dicen que con el dinero que les pagas es lo que hay. Te das cuenta de que ha sido mala idea privatizar los hospitales. Cuarta trampa: las empresas tienen beneficios asegurados a costa de un sistema que se deteriora a pasos agigantados. El Gobierno no tiene fórmula de revertir el proceso.
Quinta opción: los gastos aumentan. Han pasado 15 años y eres el nuevo consejero de Sanidad. Los gerentes te piden más dinero. Conoces todo lo que ha pasado en las cuatro primeras opciones. Sospechas que te están exigiendo dinero de más. Que los gastos pueden haber subido un 10 por ciento, pero ellos te piden el 20, el 25 o el 30 por ciento. Da igual. No puedes hacer nada. Las empresas tienen todos los datos y los medios. Se han hecho dueñas del sector. Tu única medida de fuerza es dejar de pagar, pero entonces se te echaría la población encima. Piensas que ojalá pudieras retroceder 20 años y contar con una red de hospitales públicos. Quinta trampa: en el peor de los casos las empresas pueden exprimir libremente al Gobierno hasta llevar al sistema al colapso. Se ha desencadenado una espiral alcista casi imposible de frenar.
Estos escenarios están esquematizados, pero no son de ciencia ficción. La primera opción ha pasado en España, en el Hospital de Alzira, que tenía que ser un modelo y que tardó poco en tener que ser salvado por la Comunidad Valenciana. Y la solución que aplicaron no fue privatizar menos, sino más. Darles la atención primaria y extender el sistema a otras áreas sanitarias. La cuarta es la que pasó en el Reino Unido, donde Margaret Thacher hundió un sistema, el NHS, al que todos admirábamos hace 30 años. Llevan 15 años intentándolo arreglar y aún no han encontrado la fórmula.
Se están creando mil fórmulas de gestión -hospital privado con médicos públicos, hospital privado sin atención primaria, hospital privado con atención primaria...- que lo que hacen es complicar el sistema hasta el infinito y hacerlo inmanejable. Esto debilita el sistema. Si todo el tiempo, expertos y dinero que se gasta en pensar y ponerlos en marcha se hubiera dedicado en diseñar e implantar mejoras de gestión en los hospitales públicos, habríamos avanzado en fortalecer el sistema en lugar de debilitarlo.
La planificación del Gobierno de Aguirre es aún peor. Se ha volcado en una especie de populismo para construir siete nuevos hospitales en la última legislatura y otros cuatro en esta. Éste es un tema delicado que requiere mucha responsabilidad. Porque es muy legítimo que cada ciudad quiera tener un hospital, pero hay que ser conscientes de que estamos en un sistema de recursos limitados y hay que ver dónde se puede y dónde no se puede, y buscar los lugares equidistantes para que todo el mundo tenga un hospital de las dimensiones adecuadas cerca, pero que no se ponga en peligro el conjunto.
La mezcla es muy explosiva. Proyectar 11 hospitales y privatizarlos es desencadenar una espiral alcista en el gasto que luego es muy difícil de detener, porque cuando los hospitales ya son privados has perdido casi todas las herramientas de gestión que tenías a tu alcance para controlarlo.
La responsabilidad de los políticos es gestionar bien los presupuestos con los que cuentan, que son limitados pero dan para mucho, y ofrecer la máxima calidad en la asistencia, que es elevada y aún tiene margen de mejora. Pero con esta política populista, en la que a cada alcalde y cada ciudad se les promete un hospital, se pueden ganar elecciones pero estás destruyendo el sistema sanitario.
Lo que ha hecho el PP en Madrid es pernicioso. Se han pasado años sin gestionar ni planificar bien. Su mala gestión hizo que surgieran problemas y la solución que proponen para resolverlos, según ellos, es construir muchos hospitales y privatizarlos porque así se gestionan mejor. Para convencer a la población utilizan dos o tres argumentos que en apariencia son aceptables. Dicen, por ejemplo, que el hospital sigue siendo público, porque aunque la gestión sea privada la gente podrá seguir recibiendo asistencia gratuita. Dicen también que es mejor que sean privados porque levantar siete hospitales nuevo sale muy caro y, en cambio, colaborar con las empresas permite construirlos e ir pagándolos en 30 o 40 años. Por último aseguran que a largo plazo esto sale más barato por la mejor gestión privada.
El resultado ya lo hemos visto antes. No es cierto que salga más barato, porque lo que haces es comprometer gastos para un montón de años, una especie de deuda oculta que te ata las manos para el futuro y te quita todo margen de maniobra en la gestión de la sanidad pública. El resultado es una espiral alcista que será casi imposible de detener y en la que participan todos. Los partidos políticos empiezan a competir en ver quién promete más hospitales. Los propios ciudadanos y ayuntamientos exigen un hospital en cada municipio. Y las empresas, que se frotan las manos, saben que a medio y largo plazo tienen asegurados unos beneficios que sólo pueden crecer.
El Caso Leganés. Luis Montes con la colaboración de Oriol Güel, cap. XV, pp. 145 a 152. Ed.: Aguilar, Santillana de Ediciones S.L. Madrid. Primera edición, octubre de 2008.
Con todo mi apoyo al D. Luis Montes, y el permiso de Piezas.
¡Mucha salud paratod@s!
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